
Para que se me pase la idea febril he venido a la playa. Hya nubes de borrego en el cielo, el sol pasa entre ellas. Es un día normal de Valencia, no de verano. Siempre me he preguntado quién habrá por aquí, así que he comenzado a descubrir una pequeña parte más de la ciudad. Mis manos huelen a alcohol todavía, la gente al pasar a mi lado me mira como a un intocable o un perdido. Según llego a la Malvarrosa me fijo en los edificios. Hay un colegio de niños antes de llegar a 1ª línea. Las cocineras fuman al sol de tregua. Mi pluma nueva se ha bloqueado, vuelvo a la realidad cruel del bolígrafo. Son las 12:15. En primera línea de la playa hay un hospital a un lado, sanatorio de la Malvarrosa, al otro la unidad de daño cerebral. Hace aire fresco agradable. Como era de esperar hay jubilados en bañador dispersos disfrutando sus eternas vacaciones. A un lado ha estado hasta hace un rato una enfermera. Al otro lado otras dos vestidas de blanco. Una de ellas una joven delgada de pasado africano. A mi derecha la enfermera con experiencia, mirada inexpresiva, sola. A mi izquierda los nuevos brotes hablando de forma despreocupada. El viento y el ruido del mar ocultan las conversaciones. Sólo oigo un murmullo. Al cabo de un rato la mujer sola comienza a cantar una canción dulce. No la distingo, pero era dulce y melancólica.
La gente pasea a mi espalda. No pasa nada hasta que una anciana en silla de ruedas llama mi atención. Su marido empuja la silla lentamente, ella tiene algún daño cerebral, le grita: "¡Corre! ¡Venga, corre!" Él no responde, hace lo que puede. Según viene hacia mí una pareja de jóvenes tontean, él lleva una cámara y la graba haciendo el mono un rato. Van hacia el mar, ahora es ella la que lleva la cámara. A mi espalda escucho a la anciana: "¡Va ya!" Y yo me pregunto qué escena es más romántica.
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